La conciencia, tal como la conocemos hoy en día, se basa en una trilogía, como lo define Freud. Pero los primeros Homo Sapiens, ¿merecían verdaderamente su nombre de “hombre que sabe”? Es decir, ¿eran conscientes de ser conscientes? La dinámica de desarrollo del espíritu abstracto nos indica sin duda que no. Para desarrollar nuestra hipótesis, vamos a servirnos de los trabajos del psicólogo americano Julian Jaynes (1920-1997). Su teoría se titula “bicameralismo”, teoría que desarrolló en el libro El origen de la conciencia en la ruptura de la mente bicameral. Según su teoría, los primeros Homo Sapiens tenían el espíritu constituido en dos partes (es decir, dos paradigmas): una que “hablaba” y formulaba la decisión a tomar en situaciones de estrés, y otra que escuchaba y obedecía. 

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En este momento, nuestro Homo Sapiens reproduce la situación primitiva del niño, pero la posición de este niño une la sumisión total a las órdenes del individuo adulto. Estas dos partes no eran conscientes en el sentido en que se entiende hoy en día, ya que la conciencia nace de la creación de un tercer estado del Yo que contiene las otras dos partes.

Jaynes formula la hipótesis de que en esta mezcla forzada y violenta el Hombre ha desarrollado lo que hoy llamamos la conciencia subjetiva, y de la cual carecía en la época bicameral. “La duplicidad a largo plazo, necesaria para la supervivencia en un entorno inestable y violento, necesita la invención de un Yo análogo que puede “hacer” y “ser” una cosa totalmente diferente de lo que la persona hace o es efectivamente, según lo que observan sus iguales”. Resulta fácil imaginar lo importante que era una capacidad así para sobrevivir durante aquellos siglos. En el caso de ser dominado por un invasor y contemplar la violación de su mujer, un hombre que obedeciese a sus voces interiores se defendería de inmediato, claro, aunque acabaría siendo masacrado. Pero si un hombre pudiese ser una cosa en sí mismo y otra en el exterior, si pudiese alimentar su rabia y su deseo de venganza tras una máscara de aceptación de lo inevitable, dicho hombre sobreviviría.

La conciencia racional (Según la teoría freudiana)

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Si la conciencia abstracta es una adquisición del Homo Sapiens, es evidente que éste no es el modo de pensamiento que permitió a los homínidos que le han precedido realizar su descubrimiento. No fue el resultado de esta capacidad de abstracción, sino una especie de saber intuitivo, nacido de su deseo. Henri Poincaré explicó en sus tiempos esta dinámica con la siguiente cita: “Se prueba por la lógica y se descubre por la intuición”. Por su parte, Albert Einstein afirmaba: “El intelecto tiene poco que hacer en el camino del descubrimiento. Se produce un salto en la conciencia, llamémosle intuición o lo que quieran, y la solución vendrá hacia vosotros, sin saber ni cómo ni porqué”.

Observando su propio proceso de pensamiento, Einstein se había dado cuenta de que el conocimiento era un resultado de una colaboración entre la fuerza del razonamiento y la información que emerge de una fuente desconocida. De este modo, antes del pensamiento abstracto, existe una inteligencia intuitiva que resulta un misterio funcional para nuestra ciencia y que permite a los primeros homínidos adaptarse a las condiciones cambiantes de su ecosistema. Laborit, en su libro Biología y Estructura, expresa la idea de que un organismo viviente constituye una memoria cuya finalidad informativa consiste en mantenerse con vida por medio de una estructura biológica. Para permitir que esta finalidad llegue a buen puerto, tenemos, en el seno del organismo, la creación de redes de información internas cada vez más complejas (células, órganos y sistemas) que se incluyen en feed-back, es decir, con acciones de retorno, sobre el conjunto del organismo, respetando la finalidad primera del organismo global, mantenerse con vida.

La finalidad de todo organismo vivo consiste en adaptarse a las variaciones de las condiciones externas a través de su sistema nervioso. Los paleontólogos están más o menos todos de acuerdo en afirmar que el comienzo de la odisea humana tiene su origen en aquel simio que se convierte en bípedo. Tenemos la motivación de encontrar nuevas fuentes de alimento, pero cuál es la razón de ese comportamiento. La solución nos la muestra el psicoanálisis: el deseo es el origen de todo. Freud expresa que lo propio del Hombre es el deseo, que se encuentra en el centro de todas sus estructuraciones psíquicas.

De este modo, nuestro simio se yergue a consecuencia del deseo, que provoca que atraviese la sabana y se vuelva bípedo, y que pase de sedentario a nómada. Y durante millones de años, nuestro homínido caminará, atravesando mares, montañas y continentes. Como consecuencia de esta larga marcha, deberá adaptarse a los diversos ecosistemas que encontrará a su paso, y la retroacción de esta adaptación radica en el desarrollo de su neocórtex. Este comportamiento nómada duró millones de años, y cuando el homínido se vuelve de nuevo sedentario, en este momento finaliza la adaptación biológica y comienza una nueva evolución, la de su neocórtex a través del fenómeno de la cultura. La vida se ha instalado en todos los rincones de nuestro planeta, en tierra, mar y aire, y con el paso de los cambios climáticos, la evolución ha comportado una diversificación de la vida, desde sus primeras formas unicelulares hasta el conjunto de los seres vivos actuales, a través de una cadena de modificaciones.

De este modo, la historia de la evolución se caracteriza por la formación de nuevas especies y la extinción de otras. Y mirando de manera global la película de la evolución, pensamos que el Homo Sapiens y el fenómeno de la conciencia que le caracteriza, lejos de ser fruto de un afortunado azar, es el fruto de una irremediable estrategia de las fuerzas vitales de la Naturaleza.

Observamos pues que la evolución, a través del fenómeno de la vida animada, ofrece una apertura en el seno de los determinismos cerrados de la materia regida por las fuerzas fundamentales. Además, el nacimiento de los organismos vivos marca una nueva dimensión en el fenómeno de la conciencia en el seno del destino del Universo. A continuación, se da otro paso fundamental con el nacimiento de la conciencia abstracta, ya que gracias a la comprensión de estas leyes que le relacionan con la Naturaleza, el Hombre se ve hoy con la posibilidad de “liberarse” de estos determinismos. Asimismo, aunque el descubrimiento de la ley de la gravedad no nos haya permitido deshacer sus efectos, hemos podido emplearlos para beneficio propio construyendo aviones.

Comprender nuestros determinismos de animal nos permitirá adquirir una dimensión divina y admirar el espectáculo maravilloso del Universo.

Jean Claude Frappant
Psicoterapeuta de análisis transaccional.